domingo, 16 de diciembre de 2007

To my dear Mr. Knightley...

Chale, como me caga esa mirada de condescendencia que me dirigen a veces: "Poor, poor Lix without boyfriend"

No te voy a mentir, la situación me hizo reflexionar si en realidad no me la estaré mamando con toda esta onda de huir de los tipos, traer el cabello corto a la usanza punk, jamás coquetear y evitar en lo posible la ropa sexy, ello sin mencionar que mi actitud no es de lo más receptiva con gente que no me da buena vibra. Y sin querer sentí otra vez, después de mucho tiempo, ese estúpido miedo que lleva a las mujeres a cometer errores fatales en la elección de su pareja: El miedo a quedarme sola. Me puse el saco que me dieron, sólo por un momento, y comprendí la posición de esas mujeres que son acosadas por la sociedad porque llegaron a los treinta sin casarse. En serio. No es una onda feminista, esto es real. La sociedad acosa a hombres y a mujeres, aún de la manera más sutil. A los hombres los urge a siempre estar probando su virilidad, a las mujeres sencillamente no las deja en paz, diciéndoles que deben esforzarse siempre por ser deseadas y admiradas para poder tener pretendientes, casarse y tener hijos pronto porque, tic tac, el reloj biológico sigue corriendo. Pretendemos que la civilización a avanzado lo suficiente como para ya haber superado esa etapa cuyas ideas llamamos retrógradas, pero lo cierto es que llegaron para quedarse, y aunque es cierto que hemos ganado terreno en cuestiones de libertad e igualdad, la idea general ha prevalecido a través de generaciones y generaciones porque, después de todo parecen útiles para asegurar la reproducción de la especie y mantener el dominio del hombre sobre la tierra. Te digo, no es que sea feminista. Desde pequeños nos dan un traje en que debemos caber a como dé lugar. Nos dan muñecas a las mujeres y a los hombres carritos; las niñas juegan a la comidita mientras los hombres hacen la guerra con espadas de juguete…Y yo siempre me he rebelado contra eso, reconozco que no de la manera más inteligente, pero nunca he podido caber, por mas que me he esforzado, en ese traje que me dieron. Después de muchos años llegué a la conclusión de que lo más inteligente es jugar con las reglas de la sociedad, hasta que llegado el momento y la oportunidad puedas utilizarlas en beneficio de tu libertad, pero esto no siempre se logra. Ademá sé muy bien que todavía no he llegado a tal estado de madurez. Conservo aún un poco de imprudente rebeldía adolescente y algo de su impulsiva terquedad y ello es excusa siempre para que los demás ningueen lo que trato de decir de una y mil maneras, incluso con mi forma de vestir. Ya me he resignado ese ¿¿¿??? en el rostro de los demás, incluso en el de mis mejores amigos: Por qué no tiene novio, por qué no tiene amante, por qué se viste así, por que trae así el cabello, por que tiene que hablar así, por que fuma de tal manera, etc. Sí es verdad, lo reconozco, algunas de estas cosas no tienen razón de ser, aunque parezca que sí en mi cabeza, pero ya te lo dije, me falta un largo camino por recorrer.

El caso es que comencé a cuastionarme otra vez y recordé una de mis razones, la más auténtica. Y es procurar en lo posible ser yo misma, primero para mí, luego para tí también, para poder brindarte lo mismo que prentendo exigir. Me pregunto si existes siquiera, si podré reconocerte llegado el momento; si podrás reconocerme. Quizá ya estás aquí.

Me pregunto si no te he esperado demasiado tiempo.

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